CONVIVENCIA DE VOLUNTARIOS EN LA BEATIFICACIÓN DE DON ÁLVARO DEL PORTILLO
«Cansados pero contentos». Este es, sin duda, el eslogan que mejor define lo que vivimos esos tres días en Madrid durante la Beatificación de don Álvaro del Portillo. Fueron unos días de esfuerzo y sacrificio, pero también de alegría y de inmensa satisfacción.
Hacer de voluntario no es tarea fácil. Ello requería asistir a una convivencia previa a la beatificación, en la que recibimos las instrucciones necesarias para poder estar a la altura de tan magno acontecimiento. Para esos días de convivencia, nos alojamos en una casa de ejercicios de Chueca, un pueblo en las afueras de Toledo, en la que nos cuidaron estupendamente bien.
El viernes por la noche nos cayó un pequeño jarro de agua fría cuando nos anunciaron a qué hora había que levantarse al día siguiente. Las 4:30. Todo un reto. Pero a pesar de tan intempestivo horario, a la hora indicada, aparecieron en el comedor, todos los voluntarios. Cansados y con sueño, pero allí estábamos. Después de un rápido desayuno entre bostezos y pastas, nos dirigimos hacia Valdebebas para preparar el acto.
Eran las 6 de la mañana. El sol, al alba y rojizo, nos prometía un día cargado de emociones fuertes y de pequeños retos que deberíamos ir superando durante el día. Pero también se podía adivinar que iba a ser una espléndida fiesta de la alegría y la oración, en honor a la figura de don Álvaro del Portillo. Al grupo de voluntarios de Pedralbes se le asignó la tarea de vigilar los accesos de la zona E1. Las instrucciones eran claras: «Nadie entra sin acreditación. Sed imponentes pero flexibles. Y por encima de todo, no olvidéis trabajar con una sonrisa».
Las vimos de todos los colores. La gente no actuaba con motivos racionales. Atacaban, cegados por la devoción a don Álvaro. Su meta era llegar lo más adelante posible y en ese camino, los voluntarios éramos el obstáculo que debía salvaguardar la organización y la seguridad. Se trataba de un pequeño juego sin reglas en el que todo valía. Excusas? De las más curiosas y variopintas. Que si habían venido con nosequién, que si su espalda ya no aguantaba más, que si habían perdido la acreditación, y un sinfín de otras excusas a cada cual más surrealista.
Al final, con algún que otro enfado y muchas, muchas sonrisas, logramos contener a la enfervorecida muchedumbre y la misa pudo celebrarse en un ambiente festivo y de recogimiento interior. La verdad es que la experiencia valió su peso en oro. Al llegar no podíamos parar de repetirlo: «Cansados pero contentos».