¿Cómo encontrar el propósito de tu vida?
Pensemos en esta situación: subimos a un autobús y vemos que todo el mundo la pasa súper bien. Unos disfrutando con la música que escuchan a través de sus auriculares, otros hablando del género de película que les gusta, otros cuentan chistes porque se creen graciosos… Podríamos dedicarnos a muchas cosas mientras estamos subidos en ese autobús: reflexionar, hablar de nuestros gustos… pero dentro de todas las cosas que nos podrían preocupar hay una que es la más importante: hacia dónde nos conduce el autobús. Pueden pasar cosas increíbles adentro pero va a llegar un momento que el autobús va a llegar a su final y ese destino es el que vale la pena para nuestra vida.
¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el sentido de nuestra vida? ¿Cuál es la meta? Estas preguntas son importantes. No solamente qué hacemos para producir más, a qué nos dedicamos o que la gente reconozca lo que hacemos. A veces nos olvidamos de esa pregunta final: ¿hacia dónde nos conduce el autobús?
Precisamente el problema de nuestra sociedad parte de ahí: vivimos en una sociedad diseñada para no hacerse este tipo de preguntas, solo para tener sensaciones intensas (vivir la vida, pasar el momento, disfrutar cada instante de la vida…). Lo importante hoy no es a dónde vamos, sino lo importante es cómo nos sintamos. ¿De verdad el sentido es que nos sintamos bien y que nos guste? ¿Y qué pasa si hay una etapa en la vida en la que no nos sentimos bien o si pasamos por un momento que no nos gusta? A veces nos olvidamos que hay cosas que requieren perseverancia y no nos vamos a sentir bien siempre. Por tanto, lo más importante no es que nos sintamos bien ni lo fundamental es que nos guste, sino lo importante es llegar a la meta y eso implica pasar por momentos difíciles que no nos gusten pero valdrá la pena seguir. Nuestra vida es como una carrera: hay partes en las que nos cansaremos pero esos sacrificios y esfuerzos por los que pasemos valen la pena porque lo importante es llegar al final. No importa cómo nos sintamos en cada una de las etapas del camino, sino que podamos llegar a una meta que valga la pena. ¿Tiene sentido la dirección en la que va nuestro viaje? ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Viktor Frankl fue uno de los más importantes psiquiatras del siglo XX. Por su origen judío, fue deportado durante el III Reich al campo de concentración de Auschwitz (entre otros). Allí, en el peor ambiente que uno pueda imaginar, dio idea a su teoría psicológica de fama mundial: la logoterapia, que él mismo se aplicó para poder sobrevivir y que luego aplicó a otros para salvarles del suicidio, la desesperanza y el sufrimiento. Viktor Frankl enseñó siempre la importancia del sentido de la vida. Su pensamiento, que se recoge en este libro, ha ayudado a muchos a centrar sus vidas: todos necesitamos un sentido último por el que vivir, que perdura incluso en las circunstancias -como las suyas- más adversas. Es un libro duro de leer, pero creemos que merece la pena. El mensaje final sugiere que todo irá bien si tienes un porqué para hacer las cosas, si tienes un sentido para la vida.
En todos los casos que describe Frankl en su libro, eso que le daba sentido a su vida era alguien que estaba fuera de ellos. No somos nosotros lo que nos lleva a afrontar las adversidades más grandes de la vida, siempre es otro. Y aquí va un consejo importante: si no hay un otro, qué difícil es encontrar un sentido poderoso a esta vida.
Si el sentido de nuestra vida somos nosotros: éxito profesional, dinero, fama… qué fácil es perder el sentido de la vida cuando estamos enfocados en nosotros mismos. La conclusión del libro de Frankl es que el ser humano en esta vida no lucha simplemente por tener placer o por evitar el dolor, sino por un sentido en la vida porque así el ser humano es capaz de soportar alegrías y dolores siempre y cuando ese sacrificio tenga un sentido. Si no, la primera caída o penuria nos derrumba porque solamente vivimos para el momento, no hay un sentido ulterior.
Es importante recordarlo: el ser humano no solamente busca el placer o quiere huir del dolor, lo que sobre todo buscamos es un sentido en la vida. El S. XX y XXI han sido tiempos de avances científicos como nunca, hemos avanzado muchísimo en tecnología (dominio de la técnica) pero paradójicamente es la época en la que el ser humano nunca ha vivido tan lejos de su propia interioridad.
¡Es importante que la vida tenga un sentido a largo plazo, no solamente inmediato! Sin embargo, podría pasar que tengamos las metas clarísimas y desgastemos nuestra vida para alcanzar la meta, pero que después de habernos propuesto un sentido de vida claro, al final nos desgastemos por una meta que no valga la pena. Porque podemos tener grandes metas que pensamos que valen la pena, pero son pobres y terminan siendo sueños miserables. Pregúntate antes que nada: ¿Esos sueños valen la pena? A veces el mundo nos plantea sueños pobres. Por eso no basta una meta clara, sino tiene que ser una buena meta. Y nosotros no nos podemos dedicar a algo que simplemente no sea malo, sino a algo que valga la pena que haya sido hecho para nosotros, que nos vaya a hacer felices.
¿Cómo hacemos entonces para darle un sentido a nuestra vida? Nuestra vida tendrá sentido en la medida que tenga una meta clara que valga la pena y que nos esté conduciendo hacia ella.
Algunas características que nos puedan ayudar para poder encontrar esa meta clara que vale la pena, que le da sentido a nuestra vida y por la cual vale la pena desgastarse y que nos da un corazón lleno. Cada uno tendrá que ver cómo lo aplica a su vida pero son criterios generales que si los sabes aplicar a tu propia realidad te pueden traer muchas luces.
(1) La meta tú no la decides: contrario a lo que nos han enseñado de que uno decide todo, de que «a mí nadie me impone nada» y que eres «libre», pero esa meta grande no la decidimos. Las cosas más importantes de la vida otros las deciden por nosotros: el haber nacido (el don de la vida), el tipo de educación, el nombre, la fe nos ha sido dada en el bautizo… La meta ya está cuando corremos una carrera. Claro que tenemos libertad para seguir lo que Dios tiene para nosotros o seguir por otro camino. Quién mejor que Dios que nos lo da todo y no nos quita nada. Nos da incluso la libertad para poder optar por el camino que Él ha trazado donde podemos sacar lo mejor de nosotros mismos, de no volvernos esclavos de nada. Todos tenemos una vocación que es el camino más directo para ser feliz y ser santos. Dios nos ha soñado con una meta (santidad). Nos toca descubrir lo que Dios quiere para cada uno (porque somos únicos e irrepetibles, cada uno por un camino distinto) y decirle que sí (ejemplo: Jesús escogió a los doce apóstoles, a los que él quiso). Cuando tú vives tu vocación, tu vida tiene sentido porque cuando la vives has entendido que Dios te ha llamado, es una meta que va a valer la pena de todas maneras, y queda luchar (con gusto) por alcanzar la meta. Aceptarla y vivirla con alegría. Eso llena el corazón.
(1.1) La vocación es un regalo. No nos la ganamos. Dios nos la ha regalado a pesar de todas nuestras miserias.
(1.2) La vocación es un misterio. Es imposible comprenderlo todo. Ni la ciencia lo hace. Nuestra razón tampoco. Hay que comprender lo que más podamos, pero hay que aceptar en ese deseo que hay mucho que es misterio. Es una realidad que nos sobrepasa. Esta dimensión de la vocación es hermosa y cautiva, ¡alégrate, porque no sabes todo lo que te espera!
(1.3) La vocación abarca toda nuestra vida. No es sinónimo de profesión, que no nos define plenamente como ser humano. En cambio, la vocación sí nos define plenamente como ser humano. Por eso buscar el sentido de nuestra vida en la profesión frustra porque abarca solo una etapa de nuestra vida y poner todo el sentido de nuestra vida ahí es gran parte de la frustración porque no es la meta infinita a la cual Dios nos llama y vale la pena. La profesión es una herramienta que nos ayudará a vivir la vocación pero no define nuestra felicidad. La vocación es la manera concreta como Dios nos llama a vivir el amor en esta vida, es cómo Dios nos llama a servir a los demás (recuerda que siempre hay un otro).
(1.4) La vocación pide todo de nuestro ser, es exigente, 24/7, más grande de lo que podamos esperar.
(1.5) La vocación nos llena plenamente. Es para vivir el amor verdadero. No es para nosotros, es para los demás. El amor no es simplemente un sentimiento bonito en el corazón o derretirse en ternura por el otro. Eso es solo la parte de encima (el cascarón) pero no es lo que está por adentro, es una visión superficial. Es mucho más que eso. Amar es entregar toda tu vida por el otro: por ejemplo, en el matrimonio (diseñado por Dios para hacerte feliz). Puede ser que en esta entrega no nos broten sentimientos que no son bonitos pero si entregamos la vida estamos amando. Entregar el perdón, la compasión, la oración… ¿Cuánto de ti estás entregando por el otro? La meta es vivir en amor. Y la vocación es una manera concreta de cómo estás llamado a amar. Este amor admite imperfecciones.
Disfrutar las cosas bonitas de la vida, comer rico, divertirnos, hacer ejercicio, necesidades intelectuales y espirituales… Todo tiene su momento. Somos cuerpo, alma y espíritu. Somos como una tarta con muchos ingredientes, unos son más importantes que otros, de los cuales no podemos prescindir. A veces se ha priorizado más lo externo que lo interno. Mucha gente tiene todos los ingredientes externos pero no son felices y no han conquistado su meta. ¿Qué pasaría si empleas el 70% de tus fuerzas en algo que solo te da el 10/20% de tu felicidad? Puede pasar, nos desvivimos y luchamos por cosas externas y dedicamos tan poco al interior, y eso nos da el 10/20% de la felicidad. Que no te sorprenda si vivimos así que tu vida no tenga sentido. Si piensas que ahí está la felicidad uno pierde el sentido. Vivimos en un mundo que nos invita mucho a lo exterior: lo que nos gusta, lo que nos apetece. Lo que nos gusta o apetece no es sinónimo de lo que queremos. No fomentemos una cultura de la apetencia. Fomentemos que lo que queremos esté guiado por mis razones más altas (las espirituales) y no por nuestros apetitos del momento. Mi querer en la vida no está gobernado por mis apetitos, gustos o apetencias corporales del momento (no son malas por si acaso) sino que está guiado por mis criterios espirituales que son mucho más altos. Dejémonos guiar por lo que nuestros valores más alto nos piden. No es fácil, pero hay que educarse en eso.
La felicidad, por tanto, no se busca, viene sola. Busca la manera concreta cómo Dios te ha llamado a amar y servir. Si tú amas y sirves como Dios te ha pedido a ti de manera específica la felicidad viene sola. La felicidad es una consecuencia de haber alcanzado la meta (vivir el amor y el servicio). Como hizo Jesús, entregó su vida hasta el extremo. Todo tiene sentido así.
Algunas preguntas sobre las que reflexionar para este nuevo inicio de año: ¿Cuál es tu propósito? ¿Cuál es tu sentido? ¿Cuál es la manera concreta como Dios te llama a vivir el amor? ¿Cómo estás llamado a entregarte por los demás? ¿Por quién estás entregando tu vida?
Habrá sufrimiento pero si encuentras esas respuestas tu vida no va a carecer de sentido.